La palabra mosaico viene de la griega mousaes que quiere decir musas, y es que este arte se consideraban tan exquisito que parecía que sólo pudieran crearlo las musas o los favorecidos por ellas. En la medida que me corresponda, me siento favorecido por estas diosas de la inspiración.
La técnica del mosaico, como también pasa con la pintura es una forma extraña de arte, se realiza en dos dimensiones, aunque las piezas tengan tres, permite obras de
grandes tamaños, pero a partir de pequeños trozos, y a pesar de ser rica en matices, suele transmitir una sensación
primitiva, más artesanal, repleta de imperfecciones que la acercan a la perfección. En fin que el arte del mosaico, como la vida misma, es en sí un cúmulo de contradicciones.
Si nos fijamos en la historia de la humanidad prácticamente todas las
civilizaciones, desde las más remotas en el tiempo y la geografía, han practicado esta técnica, lo que a su vez ha permitido que se haya ido
desarrollando y enriqueciendo, adquiriendo el estilo y los materiales
adecuados a cada época, hasta nuestro siglo XXI, un siglo donde pareciera que las musas, o el tiempo ya no tienen credencial, sin embargo me acuerdo de la frase del escritor ruso Aleksandr Pushkin cuando decía: Pasa el amor, aparece la musa y se despeja mi sombría inteligencia; otra vez libre, busco la unión entre los mágicos sonidos, los sentidos y los pensamientos... que tan bien recoge mi momento creador a la hora de diseñar y ejecutar un mosaico, pero de esto ya hablaré más adelante.
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